La Unidad de Atención a las Violencias hacia la Infancia y la Adolescencia de Vall d’Hebron ha atendido 304 casos en el 2021

El equipo de Vall d’Hebron se puso en marcha en noviembre del 2020 y cuenta con dos pediatras, dos psicólogas clínicas, dos trabajadoras sociales sanitarias, una ginecóloga y una administrativa. El perfil de paciente atendido es el de una niña de 9-10 años o una adolescente víctima de violencia sexual. El 30% de los y de las pacientes sufre secuelas a medio-largo plazo en forma de estrés postraumático y presenta recuerdos intrusivos, un estado emocional negativo persistente, dificultades para dormir o pesadillas.

14/01/2022

En el noviembre del 2020, el Hospital Universitari Vall d’Hebron puso en marcha la Unidad de Atención a las Violencias hacia la Infancia y la Adolescencia (Equipo EMMA), el dispositivo referente para niños y adolescentes víctimas de violencias en Barcelona ciudad. En este tiempo, ha atendido 343 casos (304 en el 2021). El 81% de los niños y adolescentes que llegan ha sufrido algún tipo de violencia sexual.

Al margen de las violencias sexuales, hay otros tipos de violencias que aborda el equipo EMMA: la violencia física; la violencia emocional/psicológica; la violencia por negligencia o la violencia contra la infancia en el contexto de violencia machista.

El equipo EMMA nace del protocolo de actuación de la Generalitat ante maltratos en la infancia y la adolescencia en el ámbito de la salud, y trabaja de manera coordinada con los departamentos de Salud, Derechos Sociales (a través de la DGAIA -Dirección General de Atención a la Infancia y a la Adolescencia-), Interior, Justicia y Educación. Es un dispositivo que nació a iniciativa de las consejerías de Salud y Derechos Sociales. Empezó a funcionar con un equipo multidisciplinario de tres profesionales: la Dra. Anna Fàbregas, adjunta del Servicio de Pediatría y coordinadora de la Unidad; Mireia Forner, psicóloga clínica del Servicio de Salud Mental, y Giuliana Rios, trabajadora social sanitaria. Además, cuenta con una ginecóloga referente especialista en infancia y adolescencia y una administrativa. El equipo se ha ampliado con una pediatra, una psicóloga y una trabajadora social sanitaria más para dar respuesta al alto volumen de peticiones de visita. “Como centro de referencia nos llegan casos desde muchos dispositivos: atención primaria, urgencias hospitalarias, escuelas o los mismos equipos de la DGAIA”, explica la Dra. Anna Fàbregas. “El perfil de la víctima es una niña de 9 o 10 años que revela una situación de violencia sexual o una adolescente que, en un momento de cambio vital, recuerda hechos pasados e identifica lo que ha vivido”, describe la Dra. Anna Fàbregas. “Ante cualquier revelación es muy importante creer la víctima, acompañarla y protegerla. No es nuestra función dudar de su palabra”, destaca.

El 70% de las víctimas atendidas en la Unidad son niñas y el 91% de los agresores son hombres, un patrón que se reproduce en agresiones sexuales a mayores de 16 años. Más del 65% de los casos tiene lugar en el ámbito intrafamiliar. “El rol de las familias cuidadoras es fundamental; no solo porque es el entorno en el que estas violencias se producen de forma mayoritaria y donde se reproducen por riesgo de transmisión intergeneracional; sino también porque la violencia sexual tiene un impacto importantísimo en todo el entorno familiar”, explica Giuliana Rios: “Hace falta un trabajo sociofamiliar para que las familias cuidadoras puedan acompañar a los hijos y las hijas en su proceso de recuperación”, añade.

Atención multidisciplinaria a los y las pacientes

Cuando el o la paciente llega a la consulta se hace una visita multidisciplinaria por parte de tres profesionales: la pediatra, la psicóloga clínica y la trabajadora social sanitaria junto con la familia cuidadora, con el objetivo de valorar conjuntamente el caso y dar una atención integral. “Valoramos cómo se encuentra psicológicamente, si presenta secuelas de la situación vivida y si requiere un tratamiento psicológico especializado”, explica Mireia Forner, psicóloga clínica. Se adapta la intervención a la edad y perfil del o de la paciente.

“Con los niños y niñas más pequeños, trabajamos mucho a través del juego simbólico, del dibujo y de los cuentos, aspectos relacionados con el buen trato y la educación afectiva y sexual, como qué son las partes íntimas del cuerpo o qué son los secretos buenos y malos, entre otros”, enumera Mireia Forner. “Tanto los niños y las niñas como los y las adolescentes a menudo presentan una mezcla de emociones como rabia, miedo, culpa y vergüenza. Los y las adolescentes sufren síntomas de estrés postraumático, sintomatología ansioso-depresiva, conductas autolesivas o, incluso, tentativas de suicidio”, añade la psicóloga clínica.

Por su parte, Giuliana Rios apunta que la trabajadora social sanitaria trabaja con la familia cuidadora para iniciar el proceso de recuperación del hijo o la hija a través del acompañamiento. Se trabajan los déficits familiares preexistentes u ocasionados por el impacto de la situación de violencia vivida. Y se proporcionan herramientas, estrategias y habilidades para el ejercicio positivo de la marentalidad y la parentalidad. “Este rol cuidador recae, en la mayoría de los casos, en la figura de las madres; un elemento más que nos indica la necesidad de una perspectiva de género en nuestra atención”, apunta.

El trabajo del equipo EMMA va en la línea del nuevo modelo Barnahus que está implementando el departamento de Derechos Sociales, que pone a los niños y niñas víctimas en el centro de la actuación, ofreciendo una atención integral y haciendo que sean los diferentes recursos que intervienen los que se adapten a las necesidades de los niños y niñas. Barnahus o casa de los niños es un proyecto pionero porque permite trabajar en un espacio amable a todos los servicios de atención que necesita el niño o niña evitando la revictimización.

Evitar secuelas psicológicas y físicas

“Nuestro objetivo es acompañar a las víctimas y la familia cuidadora y ofrecer tratamientos basados en las guías clínicas internacionales como la terapia cognitivo-conductual centrada en el trauma”, comenta Mireia Forner. Aproximadamente, un 30% de los niños, niñas o adolescentes sufre secuelas a medio-largo plazo en forma de estrés postraumático, presentando recuerdos intrusivos, un estado emocional negativo persistente, dificultades para dormir o pesadillas, entre otros.

“Cuando un niño o niña sufre experiencias adversas tempranas importantes (pobreza, negligencia, violencias) el sistema de respuesta al estrés (activación de la hormona llamada ‘cortisol’) se activa en alerta máxima y se queda de forma crónica (‘toxic stress’)”, explica la Dra. Anna Fàbregas. Esta respuesta tóxica (elevados niveles de cortisol) puede provocar cambios estructurales (anatómicos) y funcionales del cerebro en desarrollo, y puede producir problemas posteriores en el desarrollo de habilidades lingüísticas, cognitivas y socioemocionales. Las principales secuelas relacionadas con las experiencias adversas tempranas se observan en el ámbito de la salud mental. “Pero también se ha estudiado la afectación del sistema inmunológico, cardiovascular y metabólico, que provoca, a largo plazo, más riesgo de sufrir enfermedades como la obesidad, diabetes e, incluso, algún tipo de cáncer o infarto”, advierte la Dra. Anna Fàbregas.

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